domingo, 29 de mayo de 2016

Complejo Traumático



Me siento sólo, vacío e impotente

Cuando vivimos una situación o hecho profundamente lamentable generalmente hay sensaciones indeseables que vehementemente corroboran un complejo traumático asfixiante y desesperanzador. Estas sensaciones se pueden resumir en tres:

   a)    Sentimos que la vida ya no tiene sentido, es decir, está vacía de los significados relevantes que hacían que ésta tuviera sentido. El sentido de la vida es como la orientación del viajero que, a mi parecer, implica dos cosas principalmente: el motivo por el que camina y hacia dónde camina; si el viandante no tiene a dónde ir posiblemente se pondrá a desandar recurrente y desgastantemente. Recuerdo que una ocasión, estando en San Sebastián, España, con ocasión de la reparación y el mantenimiento de la vialidad, me vi forzado a tomar otra carretera no marcada por el GPS, después busqué un espacio para orillarme y esperar a que el Sistema redireccionara, parecía que éste se volvía loco y volvía una y otra vez a tratar de redireccionar. El conflicto terminó y el GPS pudo hacer su función hasta que me moví de lugar. En ese conflicto hubo una cierta vacuidad en cuanto que el GPS no tenía los significantes que debería de aportar. Más o menos así sucede con los sinsentidos de la vida: pareciera que ya no sabemos a dónde ir, pareciera que perdemos el por qué vivir.


   b)    Nos sentimos desprovistos(as) de las herramientas o recursos necesarios para hacer frente a esas situaciones disruptivas. Pareciera que todo es adverso y no hay nada que pueda hacer para enfrentar esas adversidades. Nos vestimos de una pseudo-actitud llamada impotencia.


  c)    Nos sentimos solos(as), abandonados(as), desamparados(as). Percibimos una debilidad en las relaciones familiares, amicales y sociales.

Si estas tres sensaciones nos invaden una y otra vez entonces estamos viviendo un complejo traumático producido por un “corto-circuido” en nuestra vida. Lo sorprendente es que este corto-circuido no persiste debido a lo ocurrido, sino a la percepción subjetiva de la incapacidad de redireccionar. Y es que introducimos el acontecimiento como si formara parte de nuestro ser, infligiendo en nosotros mismos un castigo. Nos autoflagelamos con el displacer una y otra vez con actitud enfermiza hasta cubrir nuestro rostro de profundas llagas de vacío, soledad, desvalimiento, desamparo, etc. Si esto es recurrente no se hará sino un círculo vicioso haciendo que el “atasco” cada vez sea mayor. Cuando una camioneta empieza a patinar sin avanzar seguramente ocasionará un atasco cada vez más grave hasta que no se intente otra forma de salida.

Lanzo una pregunta al aire… ¿No será acaso que cuando vivimos un complejo traumático lo que haga falta para salir de él sea redireccionar, buscar otra forma de salida? Pienso que esa nueva ruta de dirección no se da debido a que nos hemos plantado en un sitio desfavorable y nos hemos aferrado a él; incidimos una y otra vez en las sensaciones y en lo acontecido pero no hemos intentado digerir lo que nos hemos tragado o ´nos han hecho tragar´ y estamos “atascados”. Es necesario movernos de sitio para que nuestro PGS cree una nueva ruta. La ruta que teníamos y que desafortunadamente hemos perdido no es la única, hay otras formas de salir aunque a veces sea indispensable “dar mucha vuelta”.

 ¡Redirecciona tu vida, no te quedes estancado!



Por: Ángel Castillo Palma

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