jueves, 14 de julio de 2016

Elaboración del duelo

Me duele que me duela

En una ocasión me topé con una persona con una edad de entre 50 a 60 años de edad. Se me ocurrió preguntarle cómo había estado su día. La respuesta salió del protocolo habitual de “bien”. En su lugar dijo que era un día difícil como los últimos días; refirió que está padeciendo un cáncer de estómago, está atravesando por crisis económicas y un par de meses atrás había sepultado a su hijo, el cual murió después de bronco aspirar dejando a su mujer y dos niños, uno de 2 y otro de 4 años de edad.

“No le deseo esto a nadie pero me pregunto por qué me está pasando esto a mí que era un hombre de fe y he tratado de cumplir con mis obligaciones. Ya no creo en esa mentira que llaman Dios ni en expresiones ingenuas como: debes aceptar la voluntad de Dios. Él ya lo quería en su reino´. Mi Dios es mi familia”.



Ciertamente la expresión ´debes aceptar la voluntad de Dios. Él ya lo quería en su reino´ tiene su ingenuidad tanto para el creyente como para el que no lo es, es decir, para el creyente la voluntad de Dios no consiste en la muerte del hombre. Expresiones como aquella no hacen sino transferir la culpa a Dios. Para el no creyente la expresión carece de sentido porque no hay referentes que correspondan a esas palabras.

Después de un momento le pregunté qué es lo que sentía físicamente; respondió con el mismo discurso racional como si se tratara de un círculo vicioso.

Como este hombre, muchas de las personas solemos evadir lo que nuestro cuerpo trata de comunicarnos o somos torpes para leer los signos de nuestro propio cuerpo. Y es que el asunto parece fútil o muy obvio. Pero si no caigo en la cuenta de toda la sintomatología corporal será más difícil hacer contacto con mis emociones y sentimientos; más aún, si trato de ocultar las expresiones corporales ante un duelo como el de la persona citada no terminará de oprimirme. Ese nudo que se forma en la garganta con un sabor amargo y que hace que el lado cóncavo de la sonrisa se convierta en convexo, conectado, de forma tan coordinada, con una presión en la mandíbula y una humedad en los ojos que los hacen tan cristalinos, serán un constante tormento mientras no se caiga en la cuenta de ello y su correlación con las emociones y sentimientos.


Pero cómo va a llorar este hombre si debe ser la fortaleza de su familia y ha de encontrar la forma de sustentar a sus nietos y a su nuera. Además, sería cobarde llorar en frente de otro hombre, el cual ahora describe aquel encuentro.

Estamos tan acostumbrados a frases heredadas como aquella que reza “los hombres no lloran” o “debes ser fuerte” que tendemos a reprimir nuestras sensaciones, emociones y sentimientos. Además los sentimientos “negativos” como la tristeza, soledad, vacío, impotencia, inestabilidad, etc., son tan indeseables que tendemos a evitarlos a toda costa.


Hace falta darnos permiso de estar en duelo, de lo contrario estaremos patinando en la negación y la rabia, “¿por qué me está pasando esto a mí?... Ya no creo en esa mentira que llaman Dios”. Permitir que la fe y la esperanza expiren por completo no es sino negar un adecuado proceso de duelo. Para que se elabore éste es de suma importancia compartir los sentimientos con otros y derribar otra de las ideas heredadas: “si mis seres queridos me ven sufrir sufrirán más”.

Castro Gonzáles M. (2006, pp. 116-117) menciona algunos factores que ayudan para la elaboración del duelo y algunos factores que estorban. Creo que es importante tenerlos en consideración.

Factores que ayudan:
Realizar alguna actividad placentera.
Encontrar un espacio para llorar, gritar, escribir o lo que sea necesario pero de forma asertiva.
Fomentar la espiritualidad.
No tomar decisiones importantes.
Solicitar ayuda profesional en caso necesario.
Uso de técnicas de relajación.
Mucho descanso.
Escuchar los mensajes del cuerpo.
Hacer ejercicio.

Factores que estorban:
Evadir sentimientos.
No compartir con otros nuestros sentimientos.
Aislarse de la familia y amigos.
Recurrir a fármacos.
Uso de alcohol o drogas.
Victimizarse: “¿Por qué a mí que no le he hecho daño a nadie?”.
Tomar decisiones importantes.

Si has vivido una pérdida, si la tristeza te ha visitado, si te sienes impotente, no finjas “estar bien”. Siente que se siente estar triste. Permítete estar en duelo. ¡No seas egoísta y comparte tu dolor!

Descuida que no causarás una epidemia de tristeza.

Siente lo que se siente en esos momentos que no son ni buenos ni malos, sólo son y están allí para recordarte que eres frágil como todo ser humano. La conciencia de lo que nos pasa es lo que nos hace diferentes de los otros seres vivos.



Por: Ángel Castillo Palma

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