sábado, 2 de julio de 2016

Creo en lo que no creo

“Es que  yo no soy bueno para las matemáticas”, “si no sacó un 10 en la materia, soy un burro”, “los hombres no lloran”, “no soy bueno para el fútbol”, “soy muy inquieta”, son algunas de las frases limitantes que solemos escuchar o inclusive decir a lo largo de nuestra vida, esas frases que usamos para decir que no somos capaces para algo o alguna creencia que nos vamos forjando.

A partir de la infancia, vamos desarrollando creencias sobre nosotros mismo, los demás y todo el mundo. Vamos forjando creencias centrales, las cuales son ideas muy profundas, que no se suelen expresar, ni siquiera ante uno mismo. Estas ideas son como un tatuaje que nos hacemos en nuestro interior, creyendo que las cosas así “son”. Las creencias centrales son sólo una parte de toda una secuencia.

Para dejarlo más claro, vamos a poner un ejemplo que podemos escuchar muchas veces; una idea central podría ser “soy un inútil”; vamos a seguir explorando que hay más allá de esa frase y ver qué consecuencias va teniendo. Enseguida de esta creencia, viene apareciendo lo que es la creencia intermedia, “si no me aprendo esta pieza musical, soy un burro” en este momento podemos ver que ya es en un momento específico cuando surge esta creencia. Con esto vienen esas creencias centrales, generalmente no expresadas, que van hacen que se comporte, sienta y piense de cierta manera el individuo; éstas son la actitud, “ser burro es algo terrible”, las reglas/expectativas, “debo ensayar todo el tiempo libre que tenga” y la presunción “si ensayo duro, todo el tiempo, podré tocar bien como otras personas”.

Pasemos ahora con la situación, que podría ser al momento de estar ensayando, mientras ve su partitura y sin darse cuenta viene un pensamiento automático el cuál son palabras e imágenes que pasan por la mente de la persona, son específicos e inconscientes, siguiendo con el ejemplo anterior el pensamiento automático podría ser, “es una pieza muy difícil, jamás me la podré aprender” y a consecuencia de eso vienen diferentes reacciones por parte del individuo.

Se dan tres tipos de reacciones, la emocional, comportamiento y fisiológica; la primera podría ser un enojo, frustración o algo relacionado a como lo dice su nombre a una emoción, la segunda es el dejar de practicar, guardar el instrumento y tirar las partituras, es la parte más notoria y por último tenemos lo que podría ser un dolor en el pecho, sudoración o algo relacionado a cómo va respondiendo nuestro cuerpo.

Espero que con éste ejemplo quedara claro lo que es la relación entre la conducta y los pensamientos automáticos, en dónde los psicólogos tienen que intervenir para poder ayudar a las personas a poder quitar esas creencias que les pueden estar haciendo daño. Pero para ello no se va a tratar de decirle cosas positivas y decirle frases como “no eres un burro”, “eres muy bueno”, entre otras, hay que profundizar mas y cuestionar a la persona para que poco a poco nos vaya diciendo de dónde pudo surgir esa creencia.


El terapeuta se plantea una hipótesis respecto al paciente, basándose en los datos que él le aporta. Estas hipótesis se confirman, se descartan o se adaptan según los datos que nos vaya aportando. En momentos clave, el terapeuta controla con el paciente su conceptualización, para asegurarse de que sea correcta y para ayudarlo a comprenderse a sí mismo y a sus dificultades. Como se mencionó al principio, hay que tener presente que estas ideas surgen en la infancia y son inculcadas por las primeras personas que nos rodean, los seres queridos y poco a poco se pueden y reforzando con la interacción social, sobre todo en el colegio. Recuerda que las creencias no surgen de “la nada”, siempre hay un evento y una persona detrás de ella.

Eduardo Pardo Ampudia

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