jueves, 7 de julio de 2016

Efectos colaterales a la catástrofe

Cortocircuito


Creo que mi infancia fue muy agradable. Fue una generación donde abundaban los niños que podían jugar libremente no sé si decirlo “por las calles” porque ni las propiedades territoriales tenían límite, de modo que podíamos ir de un lugar a otro sólo limitados por los árboles, enramados y una que otra cerca.

Hicimos muchas cosas que han quedado en la memoria: jugábamos a mojarnos hasta ser reprendidos por nuestros padres, a ocultarnos entre los matorrales, a las luchitas sobre la arena o tierra suelta, entre otras muchas cosas. También hicimos muchas travesuras y un par de ellas con un toque de desastre.

Recuerdo que un día, jugando fútbol, uno de los nuestro tomó un trozo de alambre y lo lanzó contra los cables electrizados; provocó un corto-circuido tan estruendoso e impactante a grado de provocar un pánico colectivo. Los cables se sacudían con furia y los chispazos tronaban de forma constante. Por un momento todos nos quedamos inmóviles sin saber qué hacer, casi de inmediato se escucharon gritos angustiosos y todos corrimos sin una dirección común; uno que otro coincidimos en el mismo sitio, pero la mayoría andábamos dispersos y asustados por el impactante suceso.

Ahora que recuerdo aquella experiencia me causa tanta gracia por la reacción que todos tuvimos. ¡Hasta quienes estaban ocupados en el interior de las casas aledañas salieron disparados sin saber qué es lo que ocurría! Después de todo no fue mucho lo que pasó. Solo se quemó el transformador y los cables, que creíamos iban a reventar, permanecieron en su sitio, un poco quemados; nos quedamos sin luz por varios días hasta que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) hizo su respectiva labor.

Cuando el estruendo cesó regresamos al sitio para comentar lo que había sucedido. Algunos mayores trataron de suscitar calma y otros exigían explicación de lo acaecido. Se soltaron algunos rumores como: “ahora sí se llevarán a la cárcel a quien provocó el cortocircuito”, “está dañado todo el sistema de cableado”, “todos deberemos pagar los daños”, entre otros. La mayoría de comentarios no hacía sino angustiarnos más. Creo que al final no quisimos divulgar al causante y un adulto argumentó a los de la CFE que el desastre fue ocasionado por un fuerte viento.

Aunque el evento no fue una catástrofe, tiene algunos elementos muy parecidos: hay una zona de desorganización social, una de destrucción material, se observó inquietud, rumores y hubo un movimiento de huida de la zona central de donde ocurrió el evento; vivimos un periodo de estrés colectivo, sensación de irritabilidad, suspensión de actividades y sobresalto; después nos adaptamos a lo que había pasado y nos resignamos a vivir sin luz eléctrica por varios días.

Considero que en aquel entonces los adultos hicieron lo que pudieron. Ciertamente pudo ser mejor. Poco se habló de las emociones y sentimientos de cada cual, cosa que hubiese ayudado en gran medida. Como niños tuvimos una capacidad resiliente rapidísima, aunque creo que pudo ser mejor. Desconozco el desenlace del niño causante del accidente, tal vez tuvo mayores complicaciones.


Espero que con esta anécdota deje ver que las reacciones de pánico colectivo, impacto, inhibición, estupor, rumores, miedo colectivo, etc. son naturales al curso normal de un evento catastrófico y que se requiere cierto trabajo interpersonal y muchas veces profesional para lograr estabilidad en la vida cotidiana.



Por: Ángel Castillo Palma


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