Cortocircuito
Creo que mi infancia fue muy agradable. Fue
una generación donde abundaban los niños que podían jugar libremente no sé si
decirlo “por las calles” porque ni las propiedades territoriales tenían límite,
de modo que podíamos ir de un lugar a otro sólo limitados por los árboles,
enramados y una que otra cerca.
Hicimos muchas cosas que han quedado en la
memoria: jugábamos a mojarnos hasta ser reprendidos por nuestros padres, a
ocultarnos entre los matorrales, a las luchitas sobre la arena o tierra suelta,
entre otras muchas cosas. También hicimos muchas travesuras y un par de ellas
con un toque de desastre.
Recuerdo que un día, jugando fútbol, uno de
los nuestro tomó un trozo de alambre y lo lanzó contra los cables electrizados;
provocó un corto-circuido tan estruendoso e impactante a grado de provocar un
pánico colectivo. Los cables se sacudían con furia y los chispazos tronaban de
forma constante. Por un momento todos nos quedamos inmóviles sin saber qué hacer,
casi de inmediato se escucharon gritos angustiosos y todos corrimos sin una
dirección común; uno que otro coincidimos en el mismo sitio, pero la mayoría
andábamos dispersos y asustados por el impactante suceso.
Ahora que recuerdo aquella experiencia me
causa tanta gracia por la reacción que todos tuvimos. ¡Hasta quienes estaban
ocupados en el interior de las casas aledañas salieron disparados sin saber qué
es lo que ocurría! Después de todo no fue mucho lo que pasó. Solo se quemó el
transformador y los cables, que creíamos iban a reventar, permanecieron en su
sitio, un poco quemados; nos quedamos sin luz por varios días hasta que la Comisión
Federal de Electricidad (CFE) hizo su respectiva labor.
Cuando el estruendo cesó regresamos al sitio
para comentar lo que había sucedido. Algunos mayores trataron de suscitar calma
y otros exigían explicación de lo acaecido. Se soltaron algunos rumores como:
“ahora sí se llevarán a la cárcel a quien provocó el cortocircuito”, “está
dañado todo el sistema de cableado”, “todos deberemos pagar los daños”, entre
otros. La mayoría de comentarios no hacía sino angustiarnos más. Creo que al
final no quisimos divulgar al causante y un adulto argumentó a los de la CFE
que el desastre fue ocasionado por un fuerte viento.
Aunque el evento no fue una catástrofe, tiene
algunos elementos muy parecidos: hay una zona de desorganización social, una de
destrucción material, se observó inquietud, rumores y hubo un movimiento de
huida de la zona central de donde ocurrió el evento; vivimos un periodo de
estrés colectivo, sensación de irritabilidad, suspensión de actividades y sobresalto;
después nos adaptamos a lo que había pasado y nos resignamos a vivir sin luz
eléctrica por varios días.
Considero que en aquel entonces los adultos
hicieron lo que pudieron. Ciertamente pudo ser mejor. Poco se habló de las
emociones y sentimientos de cada cual, cosa que hubiese ayudado en gran medida.
Como niños tuvimos una capacidad resiliente rapidísima, aunque creo que pudo
ser mejor. Desconozco el desenlace del niño causante del accidente, tal vez
tuvo mayores complicaciones.
Espero que con esta anécdota deje ver que las
reacciones de pánico colectivo, impacto, inhibición, estupor, rumores, miedo
colectivo, etc. son naturales al curso normal de un evento catastrófico y que
se requiere cierto trabajo interpersonal y muchas veces profesional para lograr
estabilidad en la vida cotidiana.
Por: Ángel Castillo Palma
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