Me siento sólo, vacío e impotente
Cuando vivimos una situación o hecho
profundamente lamentable generalmente hay sensaciones indeseables que
vehementemente corroboran un complejo traumático asfixiante y desesperanzador.
Estas sensaciones se pueden resumir en tres:
a)
Sentimos
que la vida ya no tiene sentido, es decir, está vacía de los significados
relevantes que hacían que ésta tuviera sentido. El sentido de la vida es como
la orientación del viajero que, a mi parecer, implica dos cosas principalmente:
el motivo por el que camina y hacia dónde camina; si el viandante no tiene a
dónde ir posiblemente se pondrá a desandar recurrente y desgastantemente.
Recuerdo que una ocasión, estando en San Sebastián, España, con ocasión de la
reparación y el mantenimiento de la vialidad, me vi forzado a tomar otra
carretera no marcada por el GPS, después busqué un espacio para orillarme y
esperar a que el Sistema redireccionara, parecía que éste se volvía loco y
volvía una y otra vez a tratar de redireccionar. El conflicto terminó y el GPS
pudo hacer su función hasta que me moví de lugar. En ese conflicto hubo una
cierta vacuidad en cuanto que el GPS no tenía los significantes que debería de
aportar. Más o menos así sucede con los sinsentidos de la vida: pareciera que
ya no sabemos a dónde ir, pareciera que perdemos el por qué vivir.
b)
Nos
sentimos desprovistos(as) de las herramientas o recursos necesarios para hacer
frente a esas situaciones disruptivas. Pareciera que todo es adverso y no hay
nada que pueda hacer para enfrentar esas adversidades. Nos vestimos de una pseudo-actitud
llamada impotencia.
c)
Nos
sentimos solos(as), abandonados(as), desamparados(as). Percibimos una debilidad
en las relaciones familiares, amicales y sociales.
Si estas tres sensaciones nos invaden una y
otra vez entonces estamos viviendo un complejo traumático producido por un
“corto-circuido” en nuestra vida. Lo sorprendente es que este corto-circuido no
persiste debido a lo ocurrido, sino a la percepción subjetiva de la incapacidad
de redireccionar. Y es que introducimos el acontecimiento como si formara parte
de nuestro ser, infligiendo en nosotros mismos un castigo. Nos autoflagelamos con
el displacer una y otra vez con actitud enfermiza hasta cubrir nuestro rostro
de profundas llagas de vacío, soledad, desvalimiento, desamparo, etc. Si esto
es recurrente no se hará sino un círculo vicioso haciendo que el “atasco” cada
vez sea mayor. Cuando una camioneta empieza a patinar sin avanzar seguramente
ocasionará un atasco cada vez más grave hasta que no se intente otra forma de
salida.
Lanzo una pregunta al aire… ¿No será acaso
que cuando vivimos un complejo traumático lo que haga falta para salir de él
sea redireccionar, buscar otra forma de salida? Pienso que esa nueva ruta de
dirección no se da debido a que nos hemos plantado en un sitio desfavorable y
nos hemos aferrado a él; incidimos una y otra vez en las sensaciones y en lo
acontecido pero no hemos intentado digerir lo que nos hemos tragado o ´nos han
hecho tragar´ y estamos “atascados”. Es necesario movernos de sitio para que
nuestro PGS cree una nueva ruta. La ruta que teníamos y que desafortunadamente
hemos perdido no es la única, hay otras formas de salir aunque a veces sea
indispensable “dar mucha vuelta”.
¡Redirecciona tu vida, no te quedes
estancado!
Por: Ángel Castillo Palma