jueves, 4 de agosto de 2016

Un segundo auxilio

Ya se tuvo la primera intervención con el paciente, usando los métodos de primeros auxilios, pero si se logró un buen trabajo podemos seguir el proceso con él para poder asistirlo de reconstruir una vida quebrantada por ese incidente que pudo vivir; es decir, se hará una intervención de segunda instancia.

Es importante el valorarlo en cinco subsistemas de la persona; es decir, se hace una valoración de un perfil CASIC; pero, ¿qué significa esto?; bueno cada una de las siglas tiene un significado, no significa que también un orden, simplemente es tener en cuenta el poder valorar éstas áreas, una de ellas es la conductual, la cual se refiere a la actividad patente, las actividades que realiza el sujeto, cómo el ejercicio, trabajo, actividad sexual, uso de drogas y alcohol, tabaquismo, dieta y detectar si hay presencia de actos agresivos a los demás o su propia persona.

Por otro lado la parte afectiva incluye un rango completo de los sentimientos que el individuo puede tener acerca de cualquiera de sus comportamientos, en varias ocasiones ni ellos mismos saben nombrar sus sentimientos y nosotros les ayudamos a poder lograrlo. La parte somática se refiere a cómo su cuerpo se expresa ante la situación, que puede ir desde un dolor en el estómago, una gripa, hasta un paro cardiaco; hay pacientes que detectan que cuando les llega una molestia física se debe a algo que están viviendo, pero otros no tienen la capacidad de relacionarlo.

La modalidad interpersonal incluye datos sobre la cantidad y calidad de las relaciones sociales del paciente con su familia, amigos, compañeros, vecinos y personas cercanas. Por último la parte cognoscitiva, es aquellas ideas que tiene el sujeto, todo lo que recuerda del pasado, aspiraciones al futuro y diferentes imágenes o representaciones que tenga sobre ello; ahí entran esos conceptos erróneos que luego tenemos sobre nosotros mismos, el mundo, metas y los ideales.

Ya que conocemos cada una de éstas áreas, nos ayudan a saber cómo es la resolución de la crisis; que consta de cuatro tareas, en primera instancia tenemos la supervivencia física, en dónde se busca preservar la vida si existe alguna idea de agredir a alguien o cometer un suicidio y si el caso no es así, hay que mantener la salud física del paciente.

Después tenemos lo que es la expresión de sentimientos, ahí se identifican y expresan sentimientos relacionados con la crisis de manera socialmente apropiada; discutiendo sobre el incidente de crisis e instruyendo de una manera paciente al sujeto sobre los sentimientos.

Pasamos a lo que es el dominio cognoscitivo, en dónde se busca desarrollar una comprensión basada en la realidad acerca del incidente de crisis, comprender la relación entre el incidente y las creencias, sus expectativas, asuntos inconclusos, conceptos, sueños y metas para el futuro; hay que cambiar y/o adaptar las creencias, autoimagen y planes futuros.


Por último  está lo que es las adaptaciones conductuales/interpersonales, en donde hay que hacer cambios en los patrones cotidianos de trabajo, desempeño de un rol y relaciones con las personas.

Eduardo Pardo Ampudia

miércoles, 27 de julio de 2016

Botiquín psicológico

Cuando escuchamos “primeros auxilios” pensamos en atención medica/fisiológica ante alguna emergencia, ya sea porque alguien se está ahogando, alguien se rompió un brazo, entre otras cosas; inclusive no solamente pensamos en eso, llegamos a tomar cursos para poder saber qué hacer ante una situación donde alguien pueda estar en peligro; pero son pocos los que también nos ponemos a pensar que existen primeros auxilios psicológicos.

Si bien no son tan conocidos los primeros auxilios psicológicos, tienen todo un proceso para llevarse a cabo; consta de 5 componentes que nos ayudaran a poder manejar la situación que la persona está viviendo.

La meta principal de los primeros auxilios psicológicos es reestablecer el enfrentamiento inmediato, auxiliar a la persona a dar pasos concretos hacia el enfrentamiento con la crisis, comenzando por realizar un contacto psicológico; en donde invitamos a la persona aun que hable, escuchar los hechos y sentimientos, hacerlo sentir cómodo, aceptado y que puede contar con nuestro apoyo; dejarlo que se exprese como si estuviera con un amigo, lo que menos necesita es que lo rechacen de cualquier manera; inclusive si lo amerita puede llegar a haber un abrazo, palmadas en la espalda o un contacto físico que pueda ayudar como “control calmante” ante la situación intensa.

Después de que llevamos a cabo este primer componente, pasamos al segundo donde implica la evaluación de las dimensiones o parámetros del problema. La indagación se enfoca en tres áreas: pasado, presente y futuro inmediato; en dónde se busca indagar sobre los aspectos más importantes de conducta, afectividad, somatismo, la parte interpersonal y cognitiva de la persona. Se busca trabajar hacia un orden jerárquico de las necesidades de la persona, dentro de dos categorías: conflictos que necesitan manejarse de manera inmediata y los que se pueden dejar para después.

Por otro lado, pasamos a la parte en donde analizamos posibles soluciones; le preguntamos al paciente que ha intentado hacer hasta el momento y cuáles fueron sus resultados, examinamos junto con el paciente, qué es lo que podría hacer ahora y ayudarle a identificar nuevas alternativas; darle una o más soluciones para las necesidades inmediatas y posteriores.

En el cuarto componente de los primeros auxilios psicológicos implica ayudar a la persona a ejecutar alguna acción concreta para manejar la crisis. El objetivo puede llegar a ser limitado, no es más que dar el mejor paso próximo, dada la situación. Se pueden tomar dos posturas, es decir, dependiendo del comportamiento del asistente, ya que si es alguien que tiene un alto grado de mortalidad y no es capaz de actuar en su propio beneficio, se toma una actitud más directiva y el contacto para la acción puede incluir a la familia y otros recursos comunitarios; y si la actitud del paciente es lo contrario, es decir, su mortalidad es baja y tiene la capacidad de actuar en su propio beneficio, entonces se toma una actitud facilitadora en donde uno escucha de modo activo hasta dar consejos.

Por último se empiece a hacer una especie de “cierre” con el sujeto, en donde hacemos una retroalimentación, donde se aclare si las metas que se vivieron el procesos se hayan cumplido y su ansiedad haya bajado, que si existía un riesgo de mortalidad se hubiese reducido, se establece un contrato con el sujeto, en dónde se deje en claro que ante cualquier situación parecida se puede comunicar con él o con una persona cercana que sepa que se preocupa por él y para poderlo ayudar a seguir con los pasos, se le invita a que pase a una intervención de segunda instancia; es decir, una terapia para crisis.

Pareciera que es un camino largo y complicado, pero cuando uno lo va practicando, poco a poco se le va haciendo habitual y fácil de aplicar; hay que tomar en cuenta que uno debe de indagar desde un principio si el sujeto que llega con nosotros tiene la necesidad de herir a alguien o al el mismo, ya que esto puede ser muy común y no lo debemos tomar a la ligera y ayudarle a quitarse ese pensamiento por medio del proceso antes mencionado.


Eduardo Pardo Ampudia

martes, 19 de julio de 2016

El placer en el duelo

Hemos hablado del duelo, los sentimientos y el trabajo de muerte (la Tanatología); pero seguramente las personas que están viviendo un duelo o más bien todos los seres humanos, desearíamos encontrar un método a seguir para poder evitar el dolor, ese sentimiento de perder algo; pero como ya lo sabemos, ese método no existe, sin embargo podemos tomar ciertas consideraciones/sugerencias para poder llevar de mejor manera el duelo, aceptarlos y poder salir fortalecidos.

Cuántas veces hemos escuchado o inclusive nosotros mismos nos hemos empeñado en negar el duelo, el creer que nada pasó y tratar de seguir adelante, cuando en realidad hacemos todo lo contrario e inclusive volvemos la situación peor de lo que podría ser; es por eso que primeramente hay que darse permiso de estar de duelo y tener paciencia durante éste, ya que muchas veces queremos que ese sentimiento de dolor desaparezca de un día para otro o en determinado tiempo “porque así dicen los libros o mis personas queridas”, hay que recordar que todo duelo es diferente y tiene su propio tiempo.

El no compartir los sentimientos con alguien más y aislarse de los amigos y familiares, es uno de los errores más comunes y más graves que suelen hacerse; al contrario, hay que acércanos y compartir con esas personas que queremos el dolor por el que estamos pasando y si sentimos que es algo muy grave, acudir con un terapeuta que pueda ayudarnos a salir adelante; hay que ser humildes y saber que no todo lo podemos tener bajo nuestro control.

Como había mencionado en el texto anterior, no hay que ignorar los sentimientos, no dejarse influenciar por el alcohol, drogas e inclusive fármacos para evitar que los sentimientos lleguen a nosotros, al contrario, hay que hacerlos nuestros, conocerlos y saberlos llevar; cuidar de nuestra salud es muy importante.

Cuando estamos viviendo un duelo normal tenemos diferentes puntos que tomar en cuenta, ya que muchas veces no nos damos cuenta pero en esos momentos tenemos ciertas sensaciones, sentimientos, cogniciones y conductas que están siendo controladas por el duelo que estamos viviendo.

Tenemos dos sensaciones básicas, el placer y el dolor; a partir de ellas podemos experimentar otro tipo de sensaciones y si uno se conoce, sabe con qué se puede relacionar cierto tipo de sensación y si no lo hace, para eso puede ayudar un terapeuta. Por consecuencia esa sensación que estamos sintiendo cómo, el dolor en el pecho, falta de aire, fatiga, dolor de estómago, entre otras; están relacionados con algún sentimiento en específico, cómo la soledad, shock, tristeza y otros.

Algo que puede llegar a ser difícil de detectar es ese pensamiento que aparece durante el duelo, ya que son muy variables; en algunas ocasiones puede llevar al doliente y las personas cercanas a tener la sensación de que la persona se está volviendo loca, pero son normales al inicio del proceso, pero no hay que perderlas de vista, ya que si estas se prolongan por mucho tiempo, necesitan de atención profesional para que no se quede enfrascado en ellas.

Por último, hay conductas que llegamos a desarrollar durante el duelo, pueden ser conductas nuevas o conocidas; el punto es que también son naturales y si se lleva un buen duelo, desaparecen con el tiempo; cuantas veces hemos tenido problemas de sueño, malas conductas alimenticias, estar distraídos, entre otras conductas que hacemos al tener algún problema, preocupación o en este caso, al estar viviendo un duelo; realmente no nos comportamos de la misma manera a como lo hacemos a diario.


Todos estos puntos, no solamente los vive uno durante el proceso de un duelo, también entra para poder tratar cualquier tema en nuestra vida, muchos terapeutas lo usan con sus pacientes, va dependiendo del enfoque que manejen; pero al final es para ayudar a la persona a poder seguir adelante y tener una mejor calidad de vida. No hay que tener miedo a dejarnos ayudar por algún terapeuta, siempre y cuando su preparación sea buena; debemos confiar en que un proceso psicoterapéutico nos ayudará a poder vivir de una mejor manera.

Eduardo Pardo Ampudia

jueves, 14 de julio de 2016

No me dolió

“Mientras más te amo, más me duele perderte”; una frase que pareciera que está integrada en nuestro pensamiento y constantemente la estamos recordando. Nos duele el perder esa persona, objeto o situación y queremos evadir ese sufrimiento y dolor que trae por consecuencia el tener una pérdida.

Entonces, hay que tener presente que la función del duelo es restituir o sanar, darnos una tranquilidad y poder seguir con nuestra vida; pero si no se logra ese duelo, una persona puede convertir esa pérdida en algo que le persiga durante toda su vida e inclusive algo patológico.

Todos hemos tenido algún tipo de duelo en nuestra vida, en ciertas ocasiones nos hemos ido preparando para aquella pérdida como puede ser el terminar algún estudio, regresar de algún intercambio al extranjero, entre otros; sabemos que habrá un final para aquello que amamos, nos vamos preparando para el momento y después de vivirlo “le damos vuelta a la página”; siempre y cuando tengamos un buen duelo.

Por otro lado también tenemos un duelo que llega a nuestra vida “sin avisar”, nos toma por sorpresa y no estábamos preparados para esa situación; podemos encontrar gente que estaba haciendo bien su trabajo en alguna empresa y de un día para otro los despiden, sin aviso previo, les dan las gracias y los dejan sin su empleo. Pongo este tipo de ejemplos porque muchas veces asociamos solamente los duelos, con la muerte; y no se tienen solamente en estos momentos. Como mencionaba al principio del texto, nos duele perder personas, pero también objetos y situaciones; eso también son duelos que debemos de solucionar.

Los duelos los podemos vivir de dos maneras; la primera es de una manera “normal”, en donde experimentamos todas las etapas de duelo, sin llegar a atorarse en alguna; por otro lado, se puede tener un duelo patológico o anormal, el cual consiste en que la intensidad de este no sea adecuada a la situación y la duración para superarlo sea muy prolongada.
Es algo muy común de ver en la gente el que no resuelvan sus duelos, conocemos gente que sigue atada a aquello que perdió y se nota que hace algún daño en su vida. Hay que tener cuidado en no llegar a pensar que para no tener este tipo de problemas, lo mejor es no vivir ese duelo y “hacer como que no pasa nada”, evitar las emociones e ignorar la situación.

Esto último es algo que sucede muy a menudo, inclusive podemos llegar a ser víctimas de ello en alguna ocasión; y esto se debe a que desde que uno esta chico, le van enseñando de mala manera cómo vivir las emociones; escuchamos frases para los hombre como un “los chicos no lloran” o en las mujeres “no te muestres tan feliz”, palabras que se van quedando en nuestra cabeza y poco a poco van haciendo daño en nuestro manejo de emociones.

Entonces, es importante que desde que uno está en pleno desarrollo, desde que estamos en nuestra infancia, hay que ir trabajando y enseñando lo que es la inteligencia emocional; para poder darnos cuenta que los sentimientos son naturales, sin importar el sexo, debemos de experimentar cualquiera sin que exista alguno exclusivo para hombres y otro para las mujeres; para que después no tengamos que pagar las consecuencias de esconder los afectos y tener una enorme tensión interna. Debemos de desarrollar la inteligencia emocional y cuando ayudamos a alguien a poder desarrollarla, estamos siento empáticos; algo que pareciera que en este mundo falta mucho.


Hay varias maneras de poder lograr que una persona sea inteligente emocionalmente, pero lo que es importante hacer es que los psicólogos en conjunto con los pedagogos o mejor aún los psicopedagogos, desarrollen un programa en las escuelas dónde se pueda enseñar en el salón de clases, los distintos sentimientos que podemos experimentar acorde a su edad; no se le puede enseñar de la misma manera a un niño de preescolar que a uno que está apunto de ingresar a la universidad. Ésta es una buena manera de poder ayudar a que uno vaya aprendiendo sobre el manejo de emociones y también desarrollar programas en dónde se intervenga con los padres de familia, ya sea por medio de talleres, cursos, diplomados u otra manera que al colegio se le ocurra para poder trabajar con ellos. Por último se deben de hacer campañas y programas de intervención desde las mismas instituciones de gobierno, el dejar que los psicólogos desarrollen la base de estos programas para poder tener un gran impacto en la población y así poco a poco ir cambiado esa mala cultura que hay sobre la inteligencia emocional.

Eduardo Pardo Ampudia

Elaboración del duelo

Me duele que me duela

En una ocasión me topé con una persona con una edad de entre 50 a 60 años de edad. Se me ocurrió preguntarle cómo había estado su día. La respuesta salió del protocolo habitual de “bien”. En su lugar dijo que era un día difícil como los últimos días; refirió que está padeciendo un cáncer de estómago, está atravesando por crisis económicas y un par de meses atrás había sepultado a su hijo, el cual murió después de bronco aspirar dejando a su mujer y dos niños, uno de 2 y otro de 4 años de edad.

“No le deseo esto a nadie pero me pregunto por qué me está pasando esto a mí que era un hombre de fe y he tratado de cumplir con mis obligaciones. Ya no creo en esa mentira que llaman Dios ni en expresiones ingenuas como: debes aceptar la voluntad de Dios. Él ya lo quería en su reino´. Mi Dios es mi familia”.



Ciertamente la expresión ´debes aceptar la voluntad de Dios. Él ya lo quería en su reino´ tiene su ingenuidad tanto para el creyente como para el que no lo es, es decir, para el creyente la voluntad de Dios no consiste en la muerte del hombre. Expresiones como aquella no hacen sino transferir la culpa a Dios. Para el no creyente la expresión carece de sentido porque no hay referentes que correspondan a esas palabras.

Después de un momento le pregunté qué es lo que sentía físicamente; respondió con el mismo discurso racional como si se tratara de un círculo vicioso.

Como este hombre, muchas de las personas solemos evadir lo que nuestro cuerpo trata de comunicarnos o somos torpes para leer los signos de nuestro propio cuerpo. Y es que el asunto parece fútil o muy obvio. Pero si no caigo en la cuenta de toda la sintomatología corporal será más difícil hacer contacto con mis emociones y sentimientos; más aún, si trato de ocultar las expresiones corporales ante un duelo como el de la persona citada no terminará de oprimirme. Ese nudo que se forma en la garganta con un sabor amargo y que hace que el lado cóncavo de la sonrisa se convierta en convexo, conectado, de forma tan coordinada, con una presión en la mandíbula y una humedad en los ojos que los hacen tan cristalinos, serán un constante tormento mientras no se caiga en la cuenta de ello y su correlación con las emociones y sentimientos.


Pero cómo va a llorar este hombre si debe ser la fortaleza de su familia y ha de encontrar la forma de sustentar a sus nietos y a su nuera. Además, sería cobarde llorar en frente de otro hombre, el cual ahora describe aquel encuentro.

Estamos tan acostumbrados a frases heredadas como aquella que reza “los hombres no lloran” o “debes ser fuerte” que tendemos a reprimir nuestras sensaciones, emociones y sentimientos. Además los sentimientos “negativos” como la tristeza, soledad, vacío, impotencia, inestabilidad, etc., son tan indeseables que tendemos a evitarlos a toda costa.


Hace falta darnos permiso de estar en duelo, de lo contrario estaremos patinando en la negación y la rabia, “¿por qué me está pasando esto a mí?... Ya no creo en esa mentira que llaman Dios”. Permitir que la fe y la esperanza expiren por completo no es sino negar un adecuado proceso de duelo. Para que se elabore éste es de suma importancia compartir los sentimientos con otros y derribar otra de las ideas heredadas: “si mis seres queridos me ven sufrir sufrirán más”.

Castro Gonzáles M. (2006, pp. 116-117) menciona algunos factores que ayudan para la elaboración del duelo y algunos factores que estorban. Creo que es importante tenerlos en consideración.

Factores que ayudan:
Realizar alguna actividad placentera.
Encontrar un espacio para llorar, gritar, escribir o lo que sea necesario pero de forma asertiva.
Fomentar la espiritualidad.
No tomar decisiones importantes.
Solicitar ayuda profesional en caso necesario.
Uso de técnicas de relajación.
Mucho descanso.
Escuchar los mensajes del cuerpo.
Hacer ejercicio.

Factores que estorban:
Evadir sentimientos.
No compartir con otros nuestros sentimientos.
Aislarse de la familia y amigos.
Recurrir a fármacos.
Uso de alcohol o drogas.
Victimizarse: “¿Por qué a mí que no le he hecho daño a nadie?”.
Tomar decisiones importantes.

Si has vivido una pérdida, si la tristeza te ha visitado, si te sienes impotente, no finjas “estar bien”. Siente que se siente estar triste. Permítete estar en duelo. ¡No seas egoísta y comparte tu dolor!

Descuida que no causarás una epidemia de tristeza.

Siente lo que se siente en esos momentos que no son ni buenos ni malos, sólo son y están allí para recordarte que eres frágil como todo ser humano. La conciencia de lo que nos pasa es lo que nos hace diferentes de los otros seres vivos.



Por: Ángel Castillo Palma

domingo, 10 de julio de 2016

Si te pierdo me duele.
Nosotros como seres humanos nos duelen el amar, porque es algo que no podemos controlar y que esta fuera de nuestro poder, esto nos causa dolor. El perder lo que amamos nos es aún más doloroso por lo cual el duelo duele. La forma más rápida y practica de salir de ese dolor es viviéndolo como proceso. Esto nos lleva a un “Mientras más amo, más me duele”.
La función de un duelo es la sanación y el no elaborarlo se vuelve un duelo no sano que se puede volver patológico. Existen duelos que anticipamos en los cuales inician el duelo y después es la pérdida y continúa hasta cerrar el proceso. Y tenemos el duelo que inicia hasta después de la perdida. Un duelo se considera como normal si es que cumple con todas las etapas normales del proceso que son el aceptar el dolor, después la integración del dolor, experimentar sentimientos desagradable y poco a poco superar la herida emocional o puede ser patológico si no lo hace y esto se caracteriza por la intensidad y la duración del duelo. Cada persona es un mundo diferente por lo cual cada persona lo vive de modo diferente y esto afecta a todo un sistema ya sea social o familiar.
Un duelo funciona de las siguientes dos maneras:
-          Lo acepto; acepto el dolor y me siento bien aunque tengo sentimientos desagradables por el momento y poco a poco voy sanando.
-          Lo rechazo; lo niego y reprimo el sentimiento que tengo y por esto estoy insatisfecho y tengo sentimientos desagradables que no puedo desaparecerlos.
El duelo racional es fácil de procesar ya que estamos seguros de que la muerte es inevitable. La muerte no nos provoca miedo, lo que en realidad nos provoca miedo es el pensamiento de una muerte con dolor y no necesariamente de nuestra muerte, sino también de la pérdida de un ser querido y que nos duela el perderlo.
El duelo emocional es más difícil de procesar porque vivimos con una serie de sentimientos desagradables los cuales nos va obligando a enfrentar la realidad. Cuando no permitimos que la tristeza fluya en el momento que la sentimos provocamos que se contenga la energía, y cuando la queremos liberar cuando estamos solos ya no se libera del mismo modo.
El género es un asunto que también influye con la forma de vivir un duelo ya que la sociedad nos ha enseñado que sentimientos son los “permitidos” tanto para hombres como mujeres. El hombre no puede estar triste y mucho menos llorar, y la mujer no debe enojarse o ser muy alegre por lo cual se vive un duelo diferente para cada uno.
Fases del proceso según Carol Stadacher (1987):
-          La fase 1 es manejar de modo temporal el dolor, la ansiedad y la confusión inicial.
-          La fase 2 es el trabajo propio por medio del fortalecimiento y la confrontación.
-          La fase 3 Trata de resolver, restructurar y reorganizar el pensamiento.
La tanatología es un estudio o tratado de la muerte. Es considerado como el estudio interdisciplinario del moribundo y la muerte.
Existen tres puntos concernientes de la muerte:
-           Temporalidad, quiere decir que estamos limitados a un determinado tiempo.
-          Finitud, no somos eternos.
-          Irreversibilidad, no existe vuelta atrás de la muerte.
Esto es importante porque ¿Qué significado tendría la vida si fuéramos seres eternos? El objetivo de la tanatología es humanizar todo el proceso que conlleva la muerte y proporcionar al hombre una muerte digna.
Una muerte lenta es la que más sirve para trabajar esta aceptación ya que permite a la persona cerrar asuntos pendientes y despedirse de los seres queridos. Es importante que sepamos que con la muere en puerta la persona puede tener distintos miedos como el ser un estorbo, sentirse vulnerable, al deterioro de su imagen, ser una persona dependiente, etc. Las personas no somos solo una historia de vida, somos más que eso ya que también incluye una biografía, personas en las que influimos y mucho más por lo cual debe confiar en la persona que lo atiende ya que está confiándole no solo su vida, sino también su muerte, se le debe tener compasión y entender lo que está pasándole, se debe procurar la comodidad del paciente y el establecer una buena comunicación con él.
Un aspecto importante de que una persona se despida es la falta de disposición para expresar lo que está sintiendo que lo más probable es que sea algo desagradable como la tristeza, el miedo o el enojo entre otros. Estos sentimientos los experimentarían si soltaran y dejaran ir lo que sienten.
Existen ciertos aspectos que nos pueden ayudar a elaborar un duelo sano como el darse permiso de estar de duelo ya que si lo negamos y no le dedicamos tiempo el proceso puede no llegar a la aceptación. Se debe tener paciencia ya que esto generara muchos cambios en la vida de una persona.  Compartir los sentimientos con otros resulta ser una acción liberadora. Realizar una actividad placentera puede suavizar el proceso. Hacer crecer el espíritu puede ayudarnos de igual manera, esto puede ser practicando mediación, yoga, etc.

Se debe evitar el evadir sentimientos, el no compartir lo que sentimos, aislarse, el uso de fármacos ya que adormece lo que estamos sintiendo, usar drogas o alcohol tampoco ayuda al proceso de duelo al igual que echarse la culpa, y el comparar el duelo es algo que ocurre muy seguido, sin embargo es importante entender que cada quien es distinto en sus duelos.
Por: J. J. A. P. 

viernes, 8 de julio de 2016

La terapia de tus creencias.
¿Has escuchado lo que es una terapia Cognitivo-conductual? ¿Sabes en qué consiste? Pues si la respuesta es no, aquí podrás informarte.
La terapia cognitivo-conductual se basa principalmente en tratar las creencias, pensamientos e ideas que te llevan a comportarte, sentir y actuar de cierta manera negativa para tu vida. Es importante tener en cuenta que hay tres tipos principales de creencias o percepciones, las más profundas son las creencias centrales, las cuales aprendes generalmente en la niñez y son las más esenciales; puedes tener creencias centrales positivas y otras negativas que se conviertan en obstáculos de tu vida cotidiana; luego están las creencias intermedias, las cuales incluyen actitudes, reglas, expectativas y presunciones hacia una situación, evento, etc. Finalmente, están los pensamientos automáticos, los cuales surgen de manera espontánea ante una situación específica, y en la que hay una creencia central de por medio.
Ya que conocemos estos tipos de creencias, es importante reconocer y entender que muchas veces no es la situación misma la que ocasiona daños en nosotros, sino estas creencias y percepciones las que nos hace interpretar el evento de cierta manera y reaccionar, sentir angustia, miedo, tristeza… y finalmente a tener una conducta y comportamiento. Por ejemplo: como situación tenemos a una persona que tiene una reunión con compañeros de la universidad en la cual comienzan a hablar de temas de clases;  esa persona tiene el pensamiento de no ser inteligente al no entender de lo que están hablando, se siente menos, por lo que comienza a sentir angustia y nervios, lo que la hace aislarse de sus compañeros.  En este ejemplo podemos entender cómo funcionan y qué impacto tienen los pensamientos, y es justamente con éstos con los que la terapia trabaja.
En la primer sesión se trabajarán diversas cuestiones importantes, comenzando con crear un buen clima de trabajo y hacer el encuadre, en donde se concretarán las reglas, los horarios y cada cuanto se llevarán a cabo las sesiones. Además, el terapeuta debe establecer el plan de trabajo, en el que explorará cómo se siente la persona, qué expectativas tiene y qué dudas tiene; luego se llevará a cabo un control del estado de ánimo por medio de test o de escalas subjetivas en donde el paciente exprese su sentir. Luego se lleva a cabo la revisión del problema y con esto se puede comenzar a establecer objetivos a trabajar en terapia, es importante acomodar esos objetivos por orden de cumplimiento, siendo realistas y explicando lo que se puede lograr. Más adelante, se explica qué es el modelo cognitivo- conductual y se abarcan las expectativas que tiene el paciente de este tipo de terapia; un punto clave es hacer entender a la persona que esta terapia es un trabajo mutuo, en el que el terapeuta acompañará y cuestionará, pero si la persona no se compromete a mejorar, a realizar las tareas que se dejen y a ser honesto, no habrá resultados.  
Finalmente se instruye al paciente del trastorno que el terapeuta identifica, se dejan tareas que se puedan cumplir y que permitan el cumplimiento de los objetivos y se le pide al paciente que de una retroalimentación acerca de esta primera sesión.
Esta primera sesión es punto clave para establecer cómo se trabajará y en torno a qué objetivos. Las siguientes sesiones serán a partir de esta primera, y se comenzarán con una breve actualización y control del estado de ánimo del individuo, una revisión breve de la sesión anterior para recordar puntos clave, se planificará lo que se tratará en esa sesión, se revisarán las tareas que se dejaron, cómo se llevaron a cabo y cómo se sintió realizándolas, se profundizará en los temas planeados, finalmente se hará otro pequeño resumen y se pedirá una retroalimentación, tomando en cuenta cómo se sintió en esa sesión, dudas que surgieron, etc.
Parece ser una terapia muy cuadrada, sin embargo cada terapeuta le da su toque de creatividad y calidez, haciendo uso de la empatía y la cercanía que invitan a la persona a abrirse, a sentirse en un lugar seguro y principalmente a querer mejorar y superarse.  
“No existe una sola forma de tratamiento que sea adecuada para todos los pacientes (…), lo mejor es la creación de una terapia a la medida de cada paciente”
   -Parres.


Sofía Patricia Ortiz Ugalde. 
Lo biológico del trauma.
¿Alguna vez te has preguntado qué pasa a nivel biológico en nuestro cuerpo al presentar estrés post-traumático?
La respuesta es compleja, pero podemos enfocarnos en tres principales estructuras: primero que nada, la amígdala y el locus cerúleo, son partes de nuestro cerebro cuya funcionalidad se altera después de un evento muy estresante, haciendo que secreten de manera excesiva las llamadas catecolaminas: adrenalina y noradrenalina (se encargan de mantener alerta y movilizar al organismo en caso de peligro), por lo que al liberarlas de manera elevada, tenemos como resultado una hiperreactividad, es decir, en situaciones con poco nivel de estrés se activan y ponen al sujeto en modo de supervivencia,  como si se viviera una emergencia real.
La segunda estructura importante es la glándula pituitaria, la cual regula la liberación de la principal hormona del estrés llamada CRF, y que también está alterada, por lo que libera de forma excesiva esta hormona ocasionando que el individuo reaccione excesivamente a cualquier estímulo, por pequeño que sea.
El tercero es el llamado sistema opioide, conocido como el inhibidor del dolor, la morfina del cerebro por segregar endorfinas. Al existir un cambio en la segregación de esta sustancia, se tiene como resultado síntomas negativos como son la Anhedonia (incapacidad de sentir placer) y una paralización emocional en general. También puede provocar una disociación, incluida la incapacidad de recordar momentos del acontecimiento traumático.
Con esto podemos entender cómo funciona a nivel biológico este trastorno, y por consecuente es normal que se receten ciertos medicamentos para controlar ciertos síntomas, sin embargo, no podemos dejar de lado la importancia de una terapia psicológica, el ser humano tiene capacidad de reaprender, tiene resiliencia.
Hay tres puntos principales que hay que tocar en el acompañamiento terapéutico:
·         Hay que lograr recuperar la seguridad que la persona perdió, esto se puede lograr sintiendo y reflexionando ¿qué hiciste para sobrevivir? Además de comenzando a hacer, cualquier cosa pero hacer actividades, establecer pequeñas metas que hagan notar a la persona que es capaz.
·         Es importante que se narre el acontecimiento una y otra vez, que la persona comience a representarlo, que vaya aclarando y agregando detalles, que pueda realmente simbolizar.
·         Finalmente, no hay que dejar de lado la importancia de vivir el duelo, pues algo se perdió y hay que vivir esa pérdida, no desvalorizarla. Hay pequeños rituales que se pueden hacer para despedirse, para dejar ir, para poder cerrar ese evento. Por ejemplo, en algunas comunidades, cuando una mujer es abusada sexualmente, las mujeres de la comunidad la bañan entre todas, “regresándole” simbólicamente ese valor, ese amor a su cuerpo.
Es muy interesante cómo los niños parecen tener una mejor capacidad resiliente, cómo por medio de juegos en donde repiten la situación traumática, de dibujos, de historias… los niños representan y pueden sobrellevar situaciones fuertes, por ello la importancia de dejarlos hacer estas representaciones, de permitirlos sentir, expresarse y crecer.
La vida está llena de situaciones que nos superan, que nos hacen sentir indefensos, que nos hunden, pero es importante jamás olvidar que tenemos la capacidad para salir adelante, podemos reaprender, podemos sobrevivir y darle un nuevo sentido a nuestra vida.
“Cuando una puerta de la felicidad se cierra, otra se abre; pero a menudo miramos tanto tiempo a la puerta cerrada que no vemos la que se ha abierto para nosotros”. -Helen Keller.

Sofía Patricia Ortiz Ugalde. 
Tu papel en la comunidad. 
¿Alguna vez te has preguntado qué pasa a nivel colectivo cuando hay una catástrofe? Se me viene a la mente la imagen que te presentan en las películas en la que todos están corriendo y gritando por su vida… Pero lo cierto es que no es tan común como se cree.
Respondiendo a la pregunta anterior, el miedo colectivo es la reacción más normal, tomando en cuenta que el miedo es adaptativo, te permite moverte para sobrevivir sin necesidad de entrar en un estado de pánico. Para entrar en este estado deben de estar presente ciertos elementos que lo desencadenen: primero una sensación de estar atrapado, derivado de éste, se presenta un malestar general de no hallar escapatoria, de no encontrar una solución, lo que ocasiona huidas masivas y efectos negativos en la conducta, que incluyen reacciones no adaptativas, egoístas y violentas. Sin embargo, como se mencionó antes, estas conductas no son tan comunes, pues es normal que la persona busque y siga el orden, a esto también contribuye el nivel de información que se tenga de la catástrofe, la tranquilidad de la persona y su experiencia previa. Por ejemplo, en una epidemia puede presentarse una situación de crisis cuando la enfermedad es letal, aparece repentinamente, la mortalidad es elevada, se cree que es contagioso y la causa es desconocida, lo que lleva a conductas hostiles de discriminación y abandono de los enfermos, aislamiento o escenas de pánico y miedo; pero cuando se conoce un poco más la enfermedad, cuando hay tratamiento o por lo menos tenemos una mayor sensación de superar la epidemia, el miedo disminuye considerablemente.
En una situación de catástrofe, hay diferentes tipos de víctimas: las físicas, las cuales fueron dañadas directamente; las contextuales, que fueron traumatizadas por las condiciones físicas y socioculturales; las periféricas, que son los no residentes pero que han sufrido pérdidas; y las víctimas de ingreso, que incluye a los voluntarios que van a brindar algún servicio a la zona y quedan afectados por el estrés psicosocial. Tomando en cuenta esto es fácil darnos cuenta que los afectados por un evento de esta magnitud son muchos, nosotros podríamos ser una de estas víctimas en algún punto de nuestra vida, y tenemos que tener las herramientas suficientes para salir adelante, para vivir y dejar ir.
Es importante conocer que cuando hay una catástrofe existen diversas fases de reacción en la comunidad:
Fase previa: hay una preparación de las autoridades y de la población ante la catástrofe, sin embargo, en esta etapa es muy común que se niegue o minimice la amenaza.
Fase de alerta: Esta fase está delimitada entre el anuncio del peligro y la aparición de la catástrofe; las personas presentan niveles de ansiedad que llega a ser útil para preparar y movilizar. Es muy común que se comiencen a propagar rumores que muchas veces minimizan el peligro y que dan una ilusión de invulnerabilidad grupal. Hay también una falta de respuestas por resistencia a dejar las pertenencias y tierras, por la falta de credibilidad hacia quien anunció la catástrofe, se tienen experiencias previas de situaciones parecidas o en algunos casos entra el papel de creencias en las que tendrán una protección superior (Dios).
Fase de choque: es una fase breve y brutal, en la que hay estrés colectivo y una sensación de irrealidad, de parálisis.
Fase de reacción: Se puede presentar diversas reacciones como el fenómeno de conmoción-inhibición-estupor, hay movilización, pánico, agitación psicomotora, la persona reacciona a lo que sucede.
Fase de emergencia: se presentan pensamientos repetitivos, mucha ansiedad, hay intenso contacto social, existe la necesidad de hablar, de expresar, de contar lo vivido… pueden presentarse síntomas psicosomáticos.
Fase de resolución contemporánea: se lleva a cabo la estructuración social, hay lucidez, disminución del pánico, del éxodo y es cuando comienzan a aparecer conductas de apoyo, de socorro, de salvamento.
El papel que se juega como miembro de una comunidad es importante, sobre todo en caso de catástrofe, hay que asumir nuestros roles, aportar a nuestra comunidad, estar enterados de la información importante y verdadera; en estos casos difíciles podemos mostrar cómo somos realmente, podemos pisar al otro o tenderle la mano, por ello la importancia de siempre estar en equilibrio con uno mismo, estar preparados, tener herramientas para ayudarnos a nosotros mismos y a los demás, saber y conocer nuestras capacidades para poder actuar si se presenta el momento.
“... sin la ayuda mutua, los hombres viven necesariamente en la miseria y sin poder cultivar la razón,...”
― Baruch Spinoza
Sofía Patricia Ortiz Ugalde. 
Y tú ¿qué crees?
Nuestra vida está llena de eventos disruptivos, de situaciones que nos impactan de forma directa y cambian nuestra forma de pensar, nuestra percepción del mundo; a estas creencias se les llama creencias centrales, y así como las hay positivas en nuestra vida, hay también creencias que obstaculizan nuestro desarrollo, que nos ponen trabas a la hora de actuar, por ejemplo: una creencia central de la pérdida de un ser querido puede ser “no podré superar este evento”, “no soy lo suficientemente fuerte para superarlo”, “la vida ya no tiene sentido”…
También existen las creencias intermedias, las cuales se dividen en 3: actitudes, reglas o expectativas y las presunciones (ideas que te has convencido de que pasarán), por ejemplo: una persona que se considera malo para los exámenes su creencia centra es “no soy capaz”, sus creencias intermedias podrían ser: como actitud “nunca seré apto para el estudio, no soy inteligente”; como expectativa “los exámenes son demasiado difíciles” y como presunción podría ser “voy a reprobar”
Estos tipos de creencias ocasionan la formación de pensamientos automáticos, que son pensamientos no razonados y que aparecen automáticamente al presentarse en una situación en la que hay una creencia central en el fondo, por ejemplo, siguiendo con el ejemplo anterior un pensamiento automático al ver el examen puede ser “está muy difícil” o una acción automática puede ser que se bloquee y se le olvide lo que estudió.
Tomando en cuenta lo anteriormente mencionado podríamos establecer que hay ciertos elementos en nuestro actuar:
Primero tenemos una situación, una experiencia, un episodio, un evento disruptivo, el cual  ocasiona que nos formemos una percepción, pensamiento, ideación o creencias (las antes mencionadas), que desencadenará una emoción en la persona y finalmente todo lo anterior determinará la conducta o comportamiento del individuo.
Conociendo esto puede surgir una pregunta ¿cómo se puede contrarrestar esto? La respuesta es  la terapia cognitivo conductual, la cual se enfoca principalmente en ahondar acerca de las creencias centrales de nuestra vida que nos hacen sentir y actuar; esta terapia expresa que muchas veces el evento disruptivo en sí no es lo dañino, sino la forma en que lo percibimos e interpretamos y las creencias que nos formamos en torno a esa situación.
Esta terapia permite que con ayuda del terapeuta se llegue a una conceptualización por medio del análisis y reflexión por preguntas clave que permiten que la persona exprese y tenga conciencia de sus creencias. El terapeuta cognitivo conductual también hará uso de diversas técnicas como son el los diarios de registro, con los cuales las personas identifican qué están pensando cuando comienzan a sentirse ansiosos o tristes; por medio de cuestionarios al inicio de cada sesión se dará a conocer el estado en el que el individuo se encuentra; y también las tareas, que entre el terapeuta y la persona establecen y que cada semana deben de cumplir.
Esta es una terapia muy recomendable y que permite al psicólogo desmenuzar el discurso y entender el por qué piensa cómo piensa y lo más importante: cómo ayudarlo. A lo largo de las sesiones se establecerán las reglas que se llevarán a cabo en la terapia, se creará un clima de confianza y apoyo, se darán a conocer los objetivos y la forma en que se alcanzarán esos objetivos, y existe la posibilidad de que la persona exprese si algo no le agrada, si no se siente cómodo o en confianza, y el terapeuta responderá y escuchará esa retroalimentación.
Ahora que ya conocemos la importancia y el impacto que tienen nuestras creencias en nuestra vida diaria, es importante reconocerlas, entenderlas, profundizarlas para obtener un mayor auto-conocimiento, para ser personas más conscientes de nuestro actuar, de nuestro sentir y pensar; y saber que si hay algo que nos supera, podemos acudir a un psicólogo capacitado para brindarnos su ayuda.

“La siembra es libre, la cosecha obligatoria.
Haz consciente lo que estás sembrando,
Porque será lo mismo que cosecharás.”
-Alex Vales.

Sofía Patricia Ortiz Ugalde. 

jueves, 7 de julio de 2016

Estrés

Respuestas a las demandas de la vida

¿Qué es el estrés?

Nuestro organismo responde ante estímulos que percibimos como amenaza a nuestra homeostasis. Toda demanda física o psicológica provoca en el organismo un proceso fisiológico en nuestro organismo ya para enfrentar dicha demanda o para huir de ella. A ese proceso psico-fisiológico le llamamos estrés. Baum (1990) lo define como la “experiencia emocionalmente negativa acompañada por cambios predecibles a nivel bioquímico, fisiológico, cognitivo y conductual y que están dirigidos ya sea para alterar el evento estresante o para adecuarse a sus efectos” (Taylor, Shelley E., 2007. p. 153).

¿Es bueno estar estresado?
No hay una respuesta fija para esta pregunta. Lo que sí podemos afirmar es que el estrés es un compañero de toda la vida que nos ayuda a encarar nuestros problemas cotidianos y a darle vialidad a nuestra vida. Digamos por ahora que es un mecanismo muy natural que, como cualquier otro mecanismo, puede tener fallas, ya en su exceso ya en su defecto. Un estrés recurrente sobre lo mismo es un estrés evidentemente dañino. Esto es posible verlo en los procesos mecánicos de nuestros aparatos. Por ejemplo: las impresoras se activan cuando mandamos una señal de impresión. Si algo anda fallando y la señal enviada no cesa, la impresora estará imprimiendo indefinidamente hasta colapsar. Así sucede con nuestro organismo ante estímulos físicamente ya no presentes pero almacenados como actuales en nuestro cerebro. El organismo estará respondiendo indefinidamente hasta colapsar.

¿Cómo funciona esto del estrés?
Ante un estresor, es decir, un estímulo percibido como amenazante, el hipotálamo se activa liberando una neurohormona llamada Corticotropina (CRH). Esta neurohormona se dirige a la hipófisis. Cuando la hipófisis se activa segrega otra hormona llamada Adrenocorticotropina (ACTH). Esta a su vez se dirige hacia las glándulas suprarrenales afectando la corteza y la médula de estas glándulas. En la médula de las glándulas suprarrenales se producen catecolaminas: adrenalina, noradrenalina y dopamina. En la corteza de las glándulas suprarrenales se producen glucocorticoides, el referente principal de ellos es el llamado cortisol. Todo esto produce energía, manifestada por la aceleración de la frecuencia cardiaca, la respiración, la dilatación de los vasos sanguíneos y tensión muscular (Carlson, N. R., 2014). Así es como se activa el mecanismo lucha-huida.

Este ciclo se cierra con un proceso de retroalimentación negativa: el cortisol vuelve al hipotálamo y corta la producción de hormonas. Cuando no hay respuesta de retroalimentación negativa el estrés se convierte en estrés crónico o recurrente y pone en peligro la vida del organismo. El estrés crónico genera enfermedades gastrointestinales, cardiorrespiratorias, metabólicas, cardiovasculares y enfermedades mentales y neurológicas.


¿Qué hacer para que el estrés disminuya?

Recomendaciones: 
Hacer ejercicio (no competitivo).
Practicar algún tipo de meditación.
Procurar relaciones sociales empáticas.
No alejarse de los amigos.
Buscar ayuda profesional.
Técnica de solución de problemas.
Buscar formas de auto control.
Terapia de exposición.
Terapia de grupo.
Psicoeducación.
Socio drama.
Técnicas de relajación.


Por: Ángel Castillo Palma


Referencias bibliográficas:
Carlson, N. R. (2014). Fisiología de la conducta. Madrid: Person Educación.
Taylor, Shelley E. (2007). Psicología de la Salud. México: McGraw-Hill Interamericana.

Efectos colaterales a la catástrofe

Cortocircuito


Creo que mi infancia fue muy agradable. Fue una generación donde abundaban los niños que podían jugar libremente no sé si decirlo “por las calles” porque ni las propiedades territoriales tenían límite, de modo que podíamos ir de un lugar a otro sólo limitados por los árboles, enramados y una que otra cerca.

Hicimos muchas cosas que han quedado en la memoria: jugábamos a mojarnos hasta ser reprendidos por nuestros padres, a ocultarnos entre los matorrales, a las luchitas sobre la arena o tierra suelta, entre otras muchas cosas. También hicimos muchas travesuras y un par de ellas con un toque de desastre.

Recuerdo que un día, jugando fútbol, uno de los nuestro tomó un trozo de alambre y lo lanzó contra los cables electrizados; provocó un corto-circuido tan estruendoso e impactante a grado de provocar un pánico colectivo. Los cables se sacudían con furia y los chispazos tronaban de forma constante. Por un momento todos nos quedamos inmóviles sin saber qué hacer, casi de inmediato se escucharon gritos angustiosos y todos corrimos sin una dirección común; uno que otro coincidimos en el mismo sitio, pero la mayoría andábamos dispersos y asustados por el impactante suceso.

Ahora que recuerdo aquella experiencia me causa tanta gracia por la reacción que todos tuvimos. ¡Hasta quienes estaban ocupados en el interior de las casas aledañas salieron disparados sin saber qué es lo que ocurría! Después de todo no fue mucho lo que pasó. Solo se quemó el transformador y los cables, que creíamos iban a reventar, permanecieron en su sitio, un poco quemados; nos quedamos sin luz por varios días hasta que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) hizo su respectiva labor.

Cuando el estruendo cesó regresamos al sitio para comentar lo que había sucedido. Algunos mayores trataron de suscitar calma y otros exigían explicación de lo acaecido. Se soltaron algunos rumores como: “ahora sí se llevarán a la cárcel a quien provocó el cortocircuito”, “está dañado todo el sistema de cableado”, “todos deberemos pagar los daños”, entre otros. La mayoría de comentarios no hacía sino angustiarnos más. Creo que al final no quisimos divulgar al causante y un adulto argumentó a los de la CFE que el desastre fue ocasionado por un fuerte viento.

Aunque el evento no fue una catástrofe, tiene algunos elementos muy parecidos: hay una zona de desorganización social, una de destrucción material, se observó inquietud, rumores y hubo un movimiento de huida de la zona central de donde ocurrió el evento; vivimos un periodo de estrés colectivo, sensación de irritabilidad, suspensión de actividades y sobresalto; después nos adaptamos a lo que había pasado y nos resignamos a vivir sin luz eléctrica por varios días.

Considero que en aquel entonces los adultos hicieron lo que pudieron. Ciertamente pudo ser mejor. Poco se habló de las emociones y sentimientos de cada cual, cosa que hubiese ayudado en gran medida. Como niños tuvimos una capacidad resiliente rapidísima, aunque creo que pudo ser mejor. Desconozco el desenlace del niño causante del accidente, tal vez tuvo mayores complicaciones.


Espero que con esta anécdota deje ver que las reacciones de pánico colectivo, impacto, inhibición, estupor, rumores, miedo colectivo, etc. son naturales al curso normal de un evento catastrófico y que se requiere cierto trabajo interpersonal y muchas veces profesional para lograr estabilidad en la vida cotidiana.



Por: Ángel Castillo Palma